Durante toda aquella larga noche la lluvia fue inseparable compañera. La selva brasileña prestaba mil aromas diferentes al sencillo templo de madera, pero en la mente de J. J. Benítez y F. Jiménez del Oso había estallado una tormenta diferente y nada olían que no fuese el ácido husmo de su angustia: “La soga del muerto” empezaba a hacer su efecto en ellos. Una serie de circunstancias los habían conducido hasta una secta que incluía entre sus rituales el consumo colectivo del mas poderoso alucinógeno del Amazonas: La Ayahuasca, una liana rica en alcaloides capaces de despertar en el cerebro las más sorprendentes capacidades paranormales. Habría sido absurdo renunciar a la oportunidad que el destino ponía en su camino, por eso, aquella noche, superadas mil dificultades, luces y cámaras fueron testigos de una ceremonia nunca antes filmada.