A los 25 años, Sandra toma la decisión de pasar dos meses en Tailandia. Una vez allí, se enamoró del país, donde se quedó dos años impartiendo clases de inglés. Durante su estancia, conoció a Robert Locke, un viajero británico adicto a la heroína, que se ofreció a pagarle mil libras y un vuelo a Tokio por introducir un pequeño alijo de heroína en el país nipón. Sandra no fue consciente de las terribles consecuencias que tendría esta decisión.