Jan Vermeer nació en 1632, en la ciudad holandesa de Delft, célebre por sus porcelanas. Poco es sabido de su vida, aparte de que pintó muy pocas pinturas y de que murió en la indigencia. Sólo tres docenas de sus lienzos han llegado hasta nuestros días.
Fue un maestro inigualable en materia de luz y color. Sus imágenes son tranquilas y precisas, casi matemáticas en su organización, son el resultado de un método de pintura meticuloso, que a menudo emplea la cámara oscura.
La mayor parte del trabajo de Vermeer sigue una temática costumbrista y realista, representando de forma recurrente la figura femenina, sola o realizando una actividad doméstica y cotidiana tan simple como la lectura de una carta o tocar un instrumento musical. No hay ningún incidente o drama en estas escenas, aún el genio de Vermeer es su capacidad de transformar un acontecimiento diario apacible en un episodio tintado de misterio e intriga. Esta ambigüedad deliberada deja la mente libre para rellenar los huecos de una escena por otra parte modesta. En su combinación de técnica del pincel exquisita y sujetos silenciosamente enigmáticos, las pinturas de Vermeer están entre las mayores obras maestras del arte Occidental. Hazaña de trabajos.