En 1989, en un corto período de 12 meses, 40 años de historia comunista se esfumaban en medio de un vertiginoso proceso de cambio. La presencia de los estados en todos los aspectos de la vida política y social fue irreversiblemente transformada, prácticamente, sin pérdidas de vidas. Checoslovaquia también fue escenario de masivas protestas en 1989. En Polonia se realizaban elecciones libres. En los países bálticos la gente unía sus manos en una cadena humana y celebraba su independencia de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS).
En Hungría los alambres de púa eran cortados y se rompía el Telón de Acero. Durante la “Revolución de Terciopelo” en Checoslovaquia, en sólo un mes, un dramaturgo se convertía en presidente y un fogonero en ministro de Relaciones Exteriores.
En Europa, esos acontecimientos fueron marcados por la violencia sólo durante el último día del año con luchas callejeras y con la ejecución de Nicolae Ceausescus en Rumania el día de Navidad. Otros cambios a nivel global también se ponían en marcha ese año. Las tropas soviéticas se retiraban de Afganistán. En China, los estudiantes ocupaban la plaza de Tiananmen hasta ser desalojados por la fuerza por el Ejército Rojo. Aparecían las primeras grietas en los férreos sistemas de Sudáfrica y de Angola y en Rusia el Partido Comunista era desafiado en su propia tierra.
Pero quizás el hecho que haya se haya fijado más claramente en la mente de muchos es la caída del muro de Berlín.