El San Valentín sangriento de la mafia

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La mañana del 14 de febrero de 1929, varios miembros de la banda de Bugs Moran, de Chicago, eran acribillados por los disparos de metralletas Thompson y escopetas de cañones recortados en el interior del garaje del 2122 de la calle North Clark, al norte de Chicago. El local era utilizado como garaje de los camiones que traían el licor de contrabando. Fue una ejecución. Los hombres habían sido puestos contra la pared y habían sido fusilados. Más de 400 balas de grueso calibre 45, que las Thompson disparaban a una velocidad de 800 por minuto, hicieron su implacable trabajo.
Dos de los asesinos estaban vestidos de policías y los demás con abrigos largos. Pero, ¿quiénes eran estos hombres? ¿Quién había ordenado semejante carnicería?

“Sólo Capone mata de esta manera”, le dijo Bugs Moran a los periodistas que corrieron a su casa para conocer su reacción. Efectivamente, era Al Capone, el arquetipo de todos los gánsteres, quien había mandado a sus pistoleros al almacén de la Cartage Company que ese día de San Valentín saltó a la fama.

Al Capone, en dura pugna con Moran por el control del negocio del tráfico ilegal del alcohol, fue quien organizó el golpe con la ayuda de sus colaboradores. Moran había sido el heredero de los negocios de Dion O’Banion, muerto cinco años antes, en el norte de Chicago.

Cuando la policía llegó al lugar del crimen, uno de los hombres de Moran, Frank Gusenberg, que todavía estaba vivo, se negó a hablar con la policía diciendo: “Nadie me disparó, no voy a hablar”. El único superviviente fue el perro del almacén, gracias a que estaba atado lejos. Fue el que dio el aviso, el que atrajo la atención de los vecinos con sus interminables aullidos.

Los asesinados eran: Peter y Frank Gusenberg, Albert Kachellek, Adam Heyer, Reinhart Schwimmer, Albert Weinshank y John May. Éste último no tenía relación con el crimen organizado.

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