Los científicos aseguran que las vacunas han incrementado nuestra esperanza de vida en treinta años. En Estados Unidos, enfermedades evitables como la polio han desaparecido casi por completo y existen otras dieciséis más que pueden prevenirse gracias a las vacunas.
Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo. En el estado norteamericano de Oregón, buena parte de la población de Ashland es reacia a vacunar a sus hijos. Consideran que en la actualidad se administran cuatro veces más vacunas que en la década de los setenta y prefieren que sus niños contraigan las enfermedades normales como la varicela o el sarampión. Opinan que las vacunas conllevan más riesgos asociados que beneficios. En una palabra, desconfían de ellas.
Las autoridades sanitarias no dejan de insistir en el milagro que ha supuesto la vacunación para la salud pública y temen que se introduzcan en la población enfermedades prácticamente erradicadas.
Pero el miedo mayor que ha llegado a dominar a los grupos antivacuna procede de la teoría que se divulgó sobre la relación de la vacuna triple vírica y el autismo.
La guerra de las vacunas muestra a algunos de estos niños, a quienes se les diagnosticó esta grave enfermedad inmediatamente después de habérseles administrado dicha vacuna. Así surge la asociación Generación Rescate, quien denuncia que existe una correlación entre las vacunas administradas y las lesiones cerebrales que sufren sus hijos. Científicos de todo el mundo han constatado en exhaustivos informes que esa relación no se produce.
El escepticismo público ante los médicos y los expertos parece estar creciendo en Estados Unidos, impulsado en gran parte por los nuevos medios de comunicación social como es internet, para muchos uno de los causantes de que la controversia siga viva.
En la Guerra de las vacunas hay mucho en juego. Por una parte, el miedo a que las comunidades se vean expuestas a graves enfermedades y por la otra, el deseo de los padres de hacer lo mejor para sus hijos.