París tenía un imán especial para los estadounidenses. Lo que les seducía era la vida de café, las tertulias y la forma de vivir libre y abierta que no podían llevar en la puritana Norteamérica. Pero, para todo aquel que aspirase a ser artista, Paris era mucho más. Era un lugar especial, casi sagrado. ¡Era el centro de todo!
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