En Europa, el aguacate se considera un “superalimento”. Sin embargo, en Chile, los aguacates son sinónimo de escasez de agua, violación de los derechos humanos y una profunda huella ecológica.
En la provincia de Petorca, se cultiva aguacate desde tiempos inmemoriales. Practicado inicialmente por pequeños agricultores, el auge en la popularidad de esta fruta en los 90 provocó un incremento exponencial de la producción. Desde entonces, los grandes terratenientes dominan el mercado del aguacate en Petorca, y consumen cantidades ingentes de agua para su cultivo.
Para producir un kilo de aguacates, unas tres piezas, se necesitan hasta mil litros de agua, una cantidad mucho mayor que para cultivar la misma cantidad de tomates o patatas. La región es presa de una pertinaz escasez de agua. Los cauces están secos desde hace años y muchas personas dependen de camiones aljibe para abastecerse de agua. Mientras tanto, las grandes explotaciones riegan sus miles de hectáreas de aguacates con agua proveniente de represas artificiales.
Rodrigo Mundaca fundó la ONG Modatima. Lucha por el derecho al agua que garantiza la ONU, y que Chile también reconoce. Una investigación aérea reveló en 2012 la existencia de 64 cañerías subterráneas que desvían el agua de los ríos para, supuestamente, regar las plantaciones de aguacate. Además, desde 1981, durante la dictadura de Pinochet, el agua en Chile es un bien privado. Las licencias para explotarla se conceden al mejor postor, con frecuencia con carácter vitalicio. A esto se suma el penoso balance ecológico del aguacate. Las frutas se envían a Europa por barco, cuidadosamente empacadas en espuma y almacenadas en contenedores climatizados. Posteriormente, los aguacates terminan de madurar en una factoría de Róterdam, desde donde el “superalimento” se distribuye a los supermercados alemanes listo para su consumo. “Europa quiere alimentarse de manera saludable a nuestra costa”, dice Mundaca.
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Duración: 28:25