Pocas ciudades hay más bellas que Venecia. Pero también hay pocas tan amenazadas por el turismo. Aquí llegan cada año 30 millones de turistas y hasta 130.000 deambulan en un solo día por la ciudad de los canales, casi el triple de su número de habitantes. Las infraestructuras se van adaptando a las necesidades de los visitantes, mientras baja la calidad de vida de los venecianos.
Para los venecianos, su propia ciudad parece cada vez más una pesadilla. A menudo ni siquiera tienen garantizado el abastecimiento básico. Todo parece estar subordinado al turismo. Cada hora desembarcan miles de personas de los enormes cruceros, que contaminan el aire y el agua. A medida que los turistas invaden Venecia, los vecinos van abandonando el centro. En tan solo una generación, la población se ha reducido casi un tercio. Detrás de las fotos idílicas del puente de Rialto y la plaza de San Marcos, Venecia se ha convertido en un modelo de negocio y ha dejado de ser una ciudad en la que los lugareños puedan disfrutar de la calidad de vida de antes. Vivir aquí es demasiado caro y, más allá del sector turístico, apenas hay empleo en las islas. Los venecianos ya no encuentran viviendas asequibles en alquiler, pues los propietarios se las arriendan por un precio mucho más elevado a turistas, sobre todo a través de Airbnb. Mientras, se malvenden edificios históricos a cadenas de hoteles y centros comerciales. Las tiendas, restaurantes y cafeterías se diseñan al gusto del visitante. Pero los vecinos de Venecia muestran cada vez más su descontento. Ya son 36 las iniciativas ciudadanas que luchan contra el turismo de masas.
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