Todo comenzó en la romana Plaza de España en 1986, cuando el periodista Carlo Petrini vio que uno de los restaurantes de toda la vida había sido sustituido por un establecimiento de comida rápida. Detectó los peligros que corrían los hábitos alimenticios europeos, en la obsesión por seguir el ritmo de los Estados Unidos. Éste fue el germen del “movimiento slow”. Su lema es vivir sin prisas pero sin pausas, que cada persona controle su propio tiempo, porque como decía Gandhi, en la vida hay algo más importante, que incrementar su velocidad.
Manu, Maite, Hassan, Begoña y el resto de los protagonistas de “Tiempo al tiempo” cambiaron un día el chip, dejaron su ritmo de vida estresante y decidieron controlar sus propios tiempos. Se consideran seguidores del Movimiento Slow, donde el respeto al medio ambiente, a la tradición y a la sostenibilidad son ejes fundamentales de su nuevo estilo de vida. Ahora se dedican a recuperar alimentos autóctonos, a cuidar un buen rebaño de ovejas o a recuperar antiguos palacetes en apartamentos para alquilar. Todo en su justo tiempo, sin prisas pero sin pausas.
El movimiento slow comenzó entorno a la gastronomía, sin embargo se ha extendido a otras disciplinas como la educación, el sexo y el urbanismo, de hecho ya existen redes de slow cities. Han hecho falta veinte años para que la filosofía del trabajar para vivir y no al contrario, tomara fuerza pero fiel a su bandera, se ha propagado sin prisa pero sin pausa, en especial en Europa. Hoy unos cien mil ciudadanos la secundan en el mundo. Algún día, todos ellos se preguntaron “¿es realmente necesario vivir con tanta prisa?”.
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