En la oficina o en un tranquilo vecindario, algunas de las asesinas más aterradoras de la historia desarrollaron su trabajo mortal intentando pasar desapercibidas. Es el caso de Kimberly Hricko, que mató a su marido inyectándole ácido clorhídrico y prendiendo fuego a la habitación del hotel en el que se encontraban celebrando el día de San Valentín. También recordaremos el caso de Betty Lou Beets, una adorable ancianita que mató a sus dos últimos maridos de sendos disparos y los enterró en el jardín. El último caso nos refiere a Helen Golay y Olga Rutterschmidt, dos amigas de Hollywood que mataron a dos indigentes después de hacerles firmar un jugoso seguro de vida del que eran beneficiarias.
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