Cada año se inscriben nuevos nombres en la lista de las víctimas de los bombardeos, que siguen muriendo. Son ya cerca de 380 mil. Sus voces se apagan ante un mundo sordo que acumula 15.850 cabezas nucleares y el propio gobierno japonés, que acaba de promover la aprobación de una ley para volver a la guerra.
Mucha gente recuerda los nombres de Hiroshima y Nagasaki por su destino trágico y guarda la imagen abstracta de una enorme nube en forma de hongo durante las explosiones. Pero poco se conocen los rostros bajo la nube.
Solamente ellos, los llamados “hibakusha”, aquellos que estaban en Hiroshima y Nagasaki los días 6 y 9 de agosto de 1945 podrían hablar del “infierno sobre la Tierra”. Sólo aquellos que soportaron 4 mil grados centígrados, una lluvia de partículas radiactivas y perdieron en unos segundos toda la piel, podrían decirle al mundo qué hay bajo una explosión atómica.
Sus historias son incómodas. Son el resultado más perverso de una guerra que involucró a gran parte del mundo. Son la peor cara del poder nuclear desarrollado por los científicos más brillantes del siglo XX. Son un compendio de males radiactivos a partir de lo que el mundo moderno explota como una rica fuente de energía. Son el eco de los fantasmas de miles de víctimas inocentes, de niños que nunca conocieron la paz.
Paradójicamente, Hiroshima atrae al mundo. El Museo de la Paz en esta ciudad ha sido durante varios años el sitio más visitado por los extranjeros que llegan a Japón, según datos del portal Trip Advisor y fuentes de turismo.
La vida moderna de Tokio, la belleza de las tradiciones en Kyoto o las playas de Okinawa, son llamativas pero ¿qué buscan los que visitan Hiroshima? ¿qué encuentran? ¿horror, compasión, cercanía? ¿conciencia? O acaso la revisión de un capítulo histórico que la humanidad cerró sin concluir.
Si Hiroshima y Nagasaki son la muestra de que dos bombas pueden arrasar dos ciudades completas ¿qué podemos esperar en la actualidad, con casi 16 mil armas mucho más potentes repartidas por todo el planeta? Si estas armas -dice la historia oficial- son necesarias para acabar las guerras ¿qué fin le depara a un mundo moderno con decenas de enfrentamientos en todas las latitudes?
En contraste con la atención mundial, todavía quedan japoneses alejados de Hiroshima y Nagasaki en muchos sentidos.
Algunos, por falta de interés. Otros, por un prejuicio que todavía despierta temores a relacionarse con los “hibakusha” o sus familias, por considerarlos portadores de malformaciones genéticas. Uno de los mitos más difundidos ante la desinformación y el desconocimiento es precisamente el de las anomalías genéticas. Más allá de los efectos en quienes fueron expuestos a las radiaciones de la bomba, incluso como fetos, no hay pruebas de trastornos heredados en las siguientes generaciones, según Nori Nakamura, científico de la Fundación para la Investigación de los Efectos Radiactivos.
Otros japoneses simplemente no han tenido información suficiente ni en sus textos escolares, ni en los medios de comunicación, por lo que algunos reconocen que falta mucho por aprender.
Una luz de esperanza sobre este tema se abre con los jóvenes. Un estudio del Instituto de Investigaciones Culturales de la cadena informativa NHK decía que en el año 2010 solamente 27 por ciento de la población japonesa recordaba las fechas de los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki. Entre ellos, curiosamente, los más enterados eran jóvenes de entre 20 y 30 años.