Carl Edward Sagan (Nueva York, Estados Unidos, 9 de noviembre de 1934 – Seattle, Ibidem, 20 de diciembre de 1996) fue un astrónomo, astrofísico, cosmólogo, escritor y divulgador científico estadounidense.
“Mis padres no eran científicos. No sabían casi nada de ciencia. Pero al iniciarme simultáneamente al escepticismo y a hacerme preguntas, me enseñaron los dos modos de pensamiento que conviven precariamente y que son fundamentales para el método científico.
La idea de que Dios es un hombre blanco de grandes dimensiones y de luenga barba, sentado en el cielo y que lleva la cuenta de la muerte de cada gorrión es ridícula. Pero si por Dios uno entiende el conjunto de leyes físicas que gobiernan el universo, entonces está claro que dicho Dios existe. Este Dios es emocionalmente insatisfactorio… no tiene mucho sentido rezarle a la ley de la gravedad.
Un ateo tiene que saber mucho más de lo que yo sé. Un ateo es alguien que sabe que Dios no existe. Por decirlo de alguna forma, el ateísmo es muy estúpido”.
Cuando mi esposo murió, debido a que era tan famoso y conocido por ser un no creyente, muchas personas se me acercaban -aún sucede a veces- a preguntarme si Carl cambió al final y se convirtió en un creyente en la otra vida. También me preguntan con frecuencia si creo que le volveré a ver. Carl se enfrentó a su muerte con infatigable valor y jamás buscó refugio en ilusiones. Lo trágico fue saber que jamás nos volveríamos a ver. No espero volver a reunirme con Carl.