A primera hora de la mañana del 2 de julio de 1853, un pescador nipón presenció un singular espectáculo: “Me dijeron que había unos barcos en llamas, corrí montaña arriba para verlos mejor. Las naves se aproximaron más y más, hasta que por su silueta comprobamos que no se trataba de navíos japoneses, sino extranjeros, y lo que habíamos tomado por un incendio en pleno mar era en realidad el humo negro que brotaba de sus chimeneas”. Los barcos de vapor, como la mayoría de las innovaciones europeas, era algo inusitado en Japón, pero ahora había cuatro vapores en el puerto.
La escuadrilla estadounidense, armada con cañones y con una dotación de cerca de mil hombres, estaba dispuesta a llegar por cualquier medio a la costa japonesa. Japón era una tierra velada por un halo de misterio, una sociedad guerrera que había logrado mantener a raya a occidente durante más de 200 años. No obstante, ahora las potencias occidentales exigían entrar. ¿Podría la nación retener el poderío industrial de un resuelto Occidente? Éstas son las memorias del imperio secreto japonés.