La pobreza marca un estigma multidimensional, un vector de indefensión, una lógica vital de estricta supervivencia, una realidad amplificada por la Globalización, y perfectamente ajustada a los engranajes del Primer Mundo. En un contexto tan inestable, la mujer es siempre victima, en el reparto de cartas del juego, ceñida por una desigualdad sexual y racial, que carcome todas las facetas de su existencia; hasta las más íntimas… Sin otro medio a su alcance, su propio cuerpo, se convierte en objeto de compra-venta y se inserta en una dialéctica perversa: la ley del mercado.