“En el año mil después de la Pasión del Señor, obedeciendo a la bondad y misericordia divinas, las lluvias cesaron y el cielo se despejó de nubes; toda la superficie de la tierra se cubrió de un ameno verdor y se llenó de frutos”. Éstas son las palabras genesíacas con las que el monje Raul Glaber inició su célebre Crónica, contabilizando entre aquellos frutos la serie de iglesias que entonces levantaron los hombres entre temerosos y agradecidos.