A juicio de Wölfflin, el arte barroco sintió predilección por lo pictórico en detrimento de la línea; desvalorizó el plano en favor de la profundidad; tendió hacia formas abiertas; se aventuró en la unidad total de la obra, donde todos los elementos se subordinan con fuerza a uno sólo; y, en fin, hizo que la composición, la luz y el color tuvieran vida propia al margen de la forma a la que pertenecen. El arte barroco representa, efectivamente, un grado más en la historia de la belleza artística que superaba a la belleza natural, como sostenía el teórico italiano del siglo XVII Pietro Bellori.