Durante la Edad Media, la orden del Temple fue la organización cristiana más poderosa después del Papado. Desde sus casas centrales en Jerusalén y París, los templarios crearon los que algunos consideran la banca moderna, y financiaron a papas, reyes y emperadores al tiempo que promovían la fe católica y la caridad cristiana. El fin del Temple llegó cuando el rey de Francia, Felipe IV, decidió adueñarse de las inmensas riquezas de la orden. Entonces se acusó a los templarios de traición, de adorar al demonio y de faltas aún peores. Los abanderados de las teorías conspirativas creen que tras la disolución del Temple sus miembros prosiguieron su actividad de forma clandestina, y que de ellos surgieron la masonería y determinadas sociedades secretas.