En la primavera de 1974, unos campesinos de Lintong estaban excavando cerca del monte Li, no lejos de la antigua ciudad de Xi’an, cuando casualmente encontraron fragmentos de una estatuilla de terracota. Según una antigua tradición histórica, cerca del pueblo de Lin Tong, bajo un montón de tierra se encontraba sepultado el primer emperador de China. Las leyendas tenían razón: era el primero de los 7.000 guerreros de terracota que montaban guardia en el mausoleo del emperador Qin Shi Huangdi.
La dinastía Zhou, de la que sabemos poco, se estableció hacia el año 1100 a. C. en el valle del Wei y, después de reemplazar el dominio de los Shang, aseguró al país un largo periodo de estabilidad política y religiosa. Pero el sólido poder se fue agrietando para favorecer el crecimiento de centros provinciales. De este modo, a la etapa de estabilidad identificada con los Zhou occidentales, dado que la capital se encontraba en el oeste, en los alrededores de la actual Xi’an, le siguió la de decadencia con los Zhou orientales, que trasladaron la capital al este, cerca de la actual Luoyang.
Durante este tumultuoso periodo de la historia china, conocido como “Época de los Estados Combatientes”, que va desde el año 481 hasta el 221 a. C., nació el príncipe Zheng, de la dinastía Qin, el futuro primer emperador. El reino de Qin era uno de los muchos estados pequeños que componían el inestable mosaico político-cultural de aquel periodo, pero a pesar de ello el reinado constituyó uno de los momentos más importantes de la historia china.
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